
Imagen editada sobre graffiti | San Francisco’s Erie Street (Market Street)
Cosas de redes. De aquel Facebook de granos en la cara que fue secuestrándonos de Neurona, de MySpace, de Xing y de tantos otros sitios, tenemos hoy un maduración impar. Del que esperábamos una muerte prematura, al que el cotilleo de la peluquería digital ha odiado por sus renovaciones continuas y sus betas eternas, al que los medios tradicionales han insultado hasta al hartazgo, ahí está. A su lado, Google+, aquél del que esperábamos un gran futuro viendo a su progenitor con aquello de «Don’t be evil» se terminó por convertir en un zombie alimentado a esteroides, un abusón sin el que no podemos jugar al juego del posicionamiento pero que resulta el mas tonto del barrio online. Y en el medio, Twitter, el chico de oro, del que decíamos que allí encontrábamos a los amigos de la infancia que nos hubiese gustado tener, está cada vez mas vertical.
Poco es de extrañar que lo que algunos llamen inteligencia otros llamen superficialidad. Twitter ha sido durante estos años un gran bar, donde hemos hablado -y hablamos- a los gritos. Quien lograba estar siempre que era necesario, creaba visibilidad a golpe de comentarios agudos, temas dominados y una segura escritura en síntesis, tenía asegurada su plaza. Por velocidad, era un lugar imposible para adolescentes. Hasta que llegó Justin Bieber, por lo menos. Y empezó a arruinar todo.
Claro que cuando el 65% de la presencia digital pasa por Twitter no es de extrañar que el esfuerzo por sobresalir sea una práctica habitual, por ganar un espacio a costa de pedir RT de forma explicita o disimulada. O de copiar contenido a mansalva.
Con 14 millones de usuarios mas (tocando los 260 millones), con 200 millones de tweets diarios promediados y 500 millones de máxima ¿quien puede acusar a Facebook de baja visibilidad de sus publicaciones? En Twitter la situación parece aún mas grave donde la pirámide de generación de contenido (1% creadores, 9% distribuidores, 90% pasivos) se cumple cruelmente. Tenemos un mundo irracionalmente solitario allí donde el usuario promedio de Twitter tiene apenas un seguidor. Donde el 90% de las publicaciones no son vistas, pero no nos importa la calidad de contenido de ese 90%. Donde como en Cambalache, médicos, marketineros y recién llegados van reutilizando material, viejas prácticas y alguno hasta sigue insistiendo con los #FollowFriday. Ya casi me da nostalgia cuando alguien se mosqueaba por ver actualizaciones automáticas. Que tiempos aquellos …de 2010 🙂
El exceso de protagonismo buscado nos va dejando huerfanos de contenido desinteresado. ¿Ha muerto el Rey, viva el ROI? Va mas allá. Sabemos que presencia es continuidad, pero un canal de comunicacion es entretenimiento. Nos ahogamos entre (antes) profesionales-tópicos que hoy comentan sobre su perro, su vacaciones, el ultimo viral de Youtube o lo que han cenado. El viejo «Estoy en la T4» ya simula ser una ironía comparada a la marea de checkin inútiles y sobrantes.
¿Va a desaparecer Twitter? Claro, como todo. Desaparecerá después de transformarse una y mil veces mas. Pero como decía Asterix de la caída del cielo: «eso no ocurrirá mañana«. Todavía nos queda Twitter para largo. Para seguir publicando lo genial y valorable y lo banal y doméstico. Lo trágico cotidiano.
Twitter no será una red social pero es innegable que adolece de ser un espacio humano. Muy humano.



