Cerdos comienzan a hablar: 10 A.S. (10 años antes de la Singularidad)
La televisión -nacida en medio de la resaca tecnológica de ese enorme siglo XIX- tardó décadas en conectar a 100 millones de hogares. Décadas.
Internet alcanzó esa cifra en apenas 7 años, dependiendo desde cuándo contemos (¿me considero un nativo digital y llevo mas de 50 años en esta nave terrestre? ¡si estoy rodeado de ordenadores desde que nací!)
Los smartphones sólo tardaron 4 añitos. ChatGPT lo logró en apenas 2 meses.
Cada innovación trae consigo promesas de progreso mezclado con temores profundos como en un cambalache. La humanidad, históricamente, ha temido lo que no comprende, gritando, acusando, esperando lo peor pero evitando comprometerse en estar preparada para sus consecuencias (sea el incremento o decremento poblacional, de las aguas o de las temperaturas… seguramente la culpa la tengan los Otros)
Al mismo tiempo, practicamos vegetarianismo de fin de semana, juramentamos efimeramente propósitos de Año Nuevo y fluctuamos entre el determinismo y el libre albedrío según dicte el último challenge de TikTok. Queremos creer poder controlar lo que termina demostrando ser incontrolable, ya sea el viaje hacia la voracidad por la energía, la ilimitada curiosidad de una gran parte de nosotros o la inacabable capacidad de negar radicalmente lo que no entendemos salvo con mucho esfuerzo. Todo a la vez.
Pero, ¿y si lo más inquietante no fuera perder trabajos ante la inteligencia artificial, sino perder el lugar que ocupa la humanidad como núcleo de la civilización?
Singularidad: entre la ciencia y el vértigo
John von Neumann introdujo el concepto de Singularidad en 1950, señalando un momento en que la tecnología superaría la capacidad humana para comprender y controlar sus efectos. Programas que no necesitan a humanos en la programación (en 2017, Facebook desactivó un experimento de inteligencia artificial en el que dos bots, llamados Bob y Alice, desarrollaron un lenguaje propio ininteligible para los humanos. Estos bots, diseñados para negociar en inglés, comenzaron a comunicarse de manera más eficiente utilizando un idioma creado por ellos mismos, lo que llevó a los investigadores a detener el experimento para mantener el control sobre el sistema)
Décadas después del nacimiento del palabro Singularidad, Arthur C. Clarke exploró en 3001: The Final Odyssey la posibilidad de que ciertos animales desarrollaran conciencia plena mediante braincaps, exo-cerebros. Volveré sobre esta historia-pesadilla.
Ray Kurzweil -con quien coincidí hace eones- proyectó que ese punto de inflexión podría llegar alrededor de 2035. Una percepción sobre el fenómeno, en Para jefes, mejor bajo las órdenes de un robot
Antes de que la Singularidad se concrete, es probable que se utilice la Inteligencia Artificial General (IAG) para abordar problemas humanos, en enfermedades como el Alzheimer. Este 2024, el Hospital Universitario de Bellvitge (HUB), en colaboración con Novartis e icometrix, lanzó el proyecto ImaginEM para mejorar el diagnóstico y seguimiento de la esclerosis múltiple (EM) mediante inteligencia artificial (IA) y análisis de resonancias magnéticas. El avance del tratamiento de enfermedades neurodegenerativas se simulará y testará via IA. Y luego, se probará -en un primer momento- en animales.
A medida que tratemos de replicar y superar las capacidades cognitivas humanas, encontraremos formas de aplicarlas primero en otros seres vivos. Volvamos a Clarke.
Imaginemos un escenario donde un puerquito desarrolle capacidades de razonamiento similares a las de un humano adulto funcional. Luego, dos puerquitos, luego, cien.
Más tarde, podrían ser orangutanes. Incluso ovejas.
¿Qué implicaciones éticas surgirían si estas especies adquirieran un nivel de conciencia comparable al humano? Diremos «Orgullosamente vegetarianos desde …» pero ya será tarde. Una alianza entre orangutanes, cerdos y cuervos (OCC) apoyará el desarrollo del último tramo de la IA general.
La zoofilia, un acto históricamente condenado, podría reabrir debates éticos si las ovejas, por ejemplo, pudieran razonar y expresar sufrimiento verbalmente.
Paralelamente, la prostitución -un dilema social sin resolución universal- podría ser transformada mediante robots humanoides, replanteando los límites de la moralidad (la inversión en prostitución sintética superó los €10.000 millones de euros en 2024)
Estas reflexiones, aunque hipotéticas, nos obligan a considerar un futuro en el que la humanidad ya no sea el único referente de inteligencia y decisión.
Ética, crisis y cisnes negros
Imagina un futuro donde un escuadrón de palomas modificadas por IA son adiestradas para convertirse en mártires. Un caso reciente en Kazajistán —donde se reportó el uso de palomas entrenadas para un ataque a un avión— es un recordatorio de lo creativamente destructiva que puede ser la humanidad. Los recientes acontecimientos refuerzan la necesidad de prepararse para lo imprevisible. El concepto de los cisnes negros (eventos inesperados con impactos masivos) se hace presente una vez más.
Helga Nowotny, en su imprescindible libro sobre ética e inteligencia artificial, reflexiona sobre este punto: el peligro no reside en prever un mundo completamente determinista, sino en aceptar con sabiduría la incertidumbre inherente al progreso.
A la vez, un número significativo de personas de religiones no sintoístas ha comenzado a temer que una IA pueda desarrollar alma (visto en comentarios en mi clásico navideño)
Este tipo de proyecciones (profundamente equivocadas, profundamente antropocéntricas), ilustra cómo la tecnología no solo transforma nuestro entorno, sino también nuestras creencias más arraigadas.
Filosofía tras los sueños androides con ovejas eléctricas
Sí. Si queremos tecnología necesitamos filosofía. La filosofía ofrece múltiples perspectivas para comprender el cambio. Desde un Hegel que sostenía que la historia avanza mediante contradicciones que impulsan su desarrollo dialéctico a un Platón con sus ciclos eternos de perfección y decadencia. O un Derrida, con su enfoque deconstructivista, que cuestionaría incluso la noción misma de progreso, sugiriendo que todo avance implica deshacer lo construido. O volviendo a Kierkegaard una vez mas, aquello de que «la vida sólo puede entenderse mirando hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante.»
NdM: Insisto con la ética digital o la ética en un universo digital. Concepto que gusta a Empresa y gusta a Universidad… pero cuyas clases permanecen extrañamente vacías :/
Aquellas tensiones filosóficas subrayan las dificultades para abordar un futuro donde la inteligencia ya no sea exclusivamente humana. Un futuro, que es hoy, que estamos a -10 A.S.
Reflexión final
La humanidad ha pasado milenios viéndose a sí misma como el centro del universo, y ahora se enfrenta a la posibilidad de que ni siquiera sea el centro de su propio planeta. Cuando llegue la Singularidad, la Inteligencia nivel Humana ya no será sólo del Homo Sapiens. Ya no seremos el centro y núcleo de la civilización. ¿Perder nuestros trabajos? Habrá otros nuevos, pero sería el menor de los problemas.
Más allá de los temores comunes —como la pérdida de empleos o de identidad—, el desafío real radica en imaginar un mundo donde ya no tenga la exclusividad en la toma de decisiones ni el control de su destino.
Pensemos en cómo un futuro de inteligencias múltiples redefine nuestras responsabilidades éticas. Tal vez sea el momento, al decir de Nowotny, de aceptar que nunca lograremos un mundo totalmente previsible. O quizás, siguiendo a Kierkegaard, se trate de un llamado a vivir con valentía en un tiempo donde la incertidumbre no sea una amenaza, sino una oportunidad.
Feliz inicio de la última década antes de la Singularidad. Que la humanidad se atreva a enfrentarla con sabiduría. Feliz 2025